D.V. Opinión.
Durante los últimos 150 años el mundo ha sufrido, por diferentes causas y con distintas consecuencias, catorce recesiones que han removido la base económica internacional. Antes incluso de producirse la invasión de Ucrania que acarreará, ya lo está haciendo, muy graves consecuencias a todos los niveles, el Banco Mundial situó la crisis del coronavirus como la cuarta peor de la historia. Siguiendo el análisis de ese organismo multinacional, y haciendo un breve recorrido histórico, la recesión motivada por la pandemia de Covid-19 solo fue superada por las crisis acaecidas al comienzo de la Primera Guerra Mundial, en la Gran Depresión y tras la Segunda Guerra Mundial. La recesión de 1914, en los comienzos de la Primera Guerra Mundial, conllevó una contracción de la economía del 6,7%; en la Gran Depresión, tras el Crack del 29, la reducción llegó a alcanzar el 17,6%, constituyéndose en la peor recesión económica del sistema capitalista del siglo XX; y la recesión de 1945-46, tras la desmovilización de las tropas en la posguerra, contrajo la economía global en un 15,4%.
En tiempos más cercanos, nos tocó sufrir la crisis del 2008. Se trató en esencia de una crisis financiera en un contexto en el que se habían alcanzado niveles de endeudamiento insostenibles. La baja calidad crediticia en muchos activos de la que no era consciente una gran parte del público inversor lo precipitó todo. El colapso del sistema financiero llevó a que el mundo se hundiera en una recesión económica que el Fondo Monetario Internacional calificó como la ruina económica y financiera más grave desde la Segunda Guerra Mundial, con una contracción del PIB mundial del 2,9% en 2009. La respuesta aplicada fue, en esencia, un cúmulo de políticas de austeridad a ultranza que generaron pobreza, desigualdad y mayor precariedad.
Y sin haber superado del todo los efectos de la crisis de 2008, nos adentramos de lleno en la crisis del Covid-19 que hizo que la economía mundial se contrajera en 2020 en un 4,4%, según las estimaciones del FMI que describió la caída como la peor desde la Gran Depresión. Sin embargo, esta última crisis tiene una característica especial frente a las precedentes que eran sustancialmente crisis financieras, la actual crisis ha sido sanitaria y aunque el mundo se ha paralizado y el subsiguiente crecimiento se ha ralentizado, al no tratarse de una crisis de índole financiera, en contraposición a la anterior recesión, ahora hay liquidez en el mercado gracias, básicamente, a la inyección de los bancos centrales. Esta vez la reacción dominante ha sido la aplicación de políticas económicas expansivas y la utilización de enormes cantidades de dinero público para volver a la normalidad.
En nuestro entorno, las decisiones que se vayan a adoptar en lo referente a los préstamos ICO y su devolución van a tener una importancia sustancial en cuanto al devenir de muchas empresas, más ahora que vemos que desde el inicio del año sus márgenes están menguando considerablemente por las subidas de materias primas y carburantes, principalmente, inmersas en una escalada inflacionista acrecentada aún más si cabe por las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania.
Los analistas subrayan de manera insistente la importancia de que en esta situación, con un alto grado de liquidez en el mercado, aquellas empresas viables y con beneficios pero que por la actual coyuntura están sufriendo una bajada de rentabilidad importante se planteen más pronto que tarde el refinanciar su deuda o reestructurar su capital en aras a aprovechar el momento y no esperar a situaciones irreversibles. En este escenario los expertos auguran que va a producirse una oleada de reestructuraciones para la segunda mitad del año, los fondos y capitales privados, entre otros, están preparados para ayudar en las refinanciaciones, reestructuraciones y ventas de unidades productivas y todo ello al amparo de la entrada en vigor la nueva Ley Concursal. Si se aborda con previsión y decisión este tipo de operaciones se podrá garantizar el mantenimiento de la actividad y los puestos de trabajo de aquellas empresas que, de otra manera, dadas las actuales circunstancias no podrían seguir adelante.
Según el Banco de España, en 2021, las renegociaciones bancarias para estructurar deuda lo han sido por un importe global de 31.500 millones de euros refinanciados, un 50% más que en el ejercicio anterior, esto es, el mayor volumen de reestructuración crediticia realizadas por la banca desde 2015. Esto tiene, además, una segunda derivada: eliminar el estigma que han tenido que soportar en ocasiones anteriores las empresas que optan por refinanciar su deuda o reestructurarla o, incluso, aprovechar para vender unidades productivas en una situación preconcursal. Si nos quedamos esperando hasta el momento en que los créditos, la mayor parte de ellos avalados por el ICO, deban ser devueltos ya habremos llegado tarde. No desperdiciemos está oportunidad, ya que está a nuestro alcance.