"Private Equity" más allá del estereotipo

Tribuna de opinión de Luis Molowny, socio de NORGESTION, en Capital&Corporate Magazine.

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26/11/2024

“He visto cosas que vosotros no creeríais.” Permítanme la licencia poética de arrancar este razonamiento con la archiconocida frase del replicante Roy Batty en la famosa distopía llevada al cine por Ridley Scott. La hipérbole viene a cuento de alguna de las operaciones en las que hemos tenido ocasión de participar recientemente donde la flexibilidad, el ingenio y la creatividad por parte de los inversores han posibilitado llevar las mismas a buen término.

Reflexionando sobre las otrora más rígidas estructuras en las operaciones corporativas, me dio por pensar si lo vivido en los últimos meses obedecía a casos aislados por el atractivo de los activos, o si, por el contrario, nos encontrábamos ante nuevos enfoques por parte de muchos inversores. Huelga decir que solo el paso del tiempo y las transacciones venideras nos permitirán constatar estos cambios; dicho lo cual, varios factores apuntan ya a esta nueva realidad. Elementos tales como la madurez de la industria, el mayor abanico de opciones o la cada vez mayor competencia en el sector nos están conduciendo a fórmulas más a la medida de las compañías. Ello, a su vez, está resultando en una apuesta creciente de los empresarios por el private equity para cubrir sus necesidades de financiación. Pero no solo haber agudizado el ingenio está impulsando a las gestoras como catalizador de proyectos empresariales. En mi opinión, otros aspectos de carácter más intangible, también han ayudado.

Aunque algunos sitúan el nacimiento de la industria en 1901 cuando Henry Phipps constituyó un vehículo inversor a partir de las plusvalías generadas tras la venta de Carnegie Steel Co. al empresario J.P. Morgan, fueron los casi $25B desembolsados por KKR para hacerse con la tabacalera JR Nabisco, la operación que más resuena entre todos aquellos que nos dedicamos al M&A. Aquella transacción, impactantemente ficcionada en el libro Barbarians at the gate, fue el paradigma del greed is good. A riesgo de parecer algo naif, ejemplos como el citado han venido instalando en nuestra conciencia colectiva un arquetipo de inversor más cercano a la caricaturización de aquel Henry Kravis dispuesto a lo que fuese necesario para ganar la batalla por la compañía dirigida por Ross Johnson (¡vaya dos actuaciones de Jonathan Pryce y James Garner!), que a aquellos profesionales cualificados y serios que buscan, a través del progreso de una compañía y de todos sus stakeholders, un legítimo beneficio personal. Y es que la natural inclinación al drama y a la exageración de muchos creadores de contenido y opinión (junto con, por qué no decirlo, algún error de la industria) ha contribuido a extender esa imagen del financiero sin escrúpulos, habitualmente retratado con un exceso de gomina, movido exclusivamente por el Laissez Faire.

Insisto en lo alegórico del ejemplo, pero soy de la opinión de que, durante muchos años, la opción de un socio financiero era vista por muchos empresarios como una alternativa excesivamente agresiva debido a ese retrato carca de los profesionales del sector. Afortunadamente, las cosas están cambiando. El peso creciente de las gestoras de capital riesgo en nuestra economía obedece no solo a la necesaria diversificación en términos de fuentes de financiación que, como quedó de manifiesto durante la crisis del 2008, resulta imprescindible para que nuestras empresas puedan capear correctamente períodos económicos más adversos. También es el resultado de un cambio progresivo en la imagen de los inversores, más alejada del cliché que ha dominado el imaginario popular durante años, y superado el sambenito de las operaciones apalancadas. Hoy, se ha asentado la noción de socio que contribuye a profesionalizar, escalar o abordar crecimiento inorgánico en negocios donde la propiedad, consciente de sus limitaciones, demanda de un tercero no solo financiación, sino experiencias previas y materia gris para la consecución de sus proyectos.

Los numerosos casos de éxito han propagado las bondades de las gestoras, éstas cuentan cada vez más con recursos operativos internos para ayudar a sus participadas, conocen a los asesores a los que hay que recurrir en función de las necesidades de los proyectos, etc. Todo ello convierte en indudable su valor añadido. Y, a la vez, volviendo a nuestras experiencias previas, existe un mayor convencimiento por parte de los inversores de su capacidad a la hora de aportar valor, lo que les permite flexibilizar sus estructuras de aportación de fondos.

Esta evolución queda patente cuando analizamos mercados más desarrollados como el americano.

En el año 2000, únicamente el 4% de las compañías americanas estaban participadas por una firma de private equity. En el 2021 dicha cifra ya era el 20%. Y si bien algunas voces críticas, que seguro coinciden con aquellas empeñadas en asociar el sector con el hombre del saco, insisten en alertar sobre los riegos de esta dinámica, mi conclusión es que los mercados parecen haber encontrado en esta fuente de financiación la opción más válida para ejecutar sus proyectos empresariales. Por ello, hoy más que nunca, resulta fundamental continuar haciendo pedagogía de los logros obtenidos y de las bondades de este recurso para muchos proyectos empresariales. También para combatir la demagogia y los ataques infundados a una industria que en nuestro país genera empleo por encima de la media nacional. Con todo ello, y al contrario de lo que concluía el replicante, estoy convencido de que todo esto NO “se perderá en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”.

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